

En todo escrito que tenga profundidad se pueden observar dos caras: la exterior y la interior, la clara y la oculta, la letra y el espíritu, la cáscara y la sustancia. Precisamente, en este pequeño libro solo de tamaño, el autor nos invita no a soñar, sino a despertar. Nos lleva al mundo de lo no esperado, de lo alegórico. Al goce de lo oculto. Al goce de lo intuitivo. En estas minificciones, un hecho que pudo acontecer no acontece. Un símbolo tiene correspondencia con el sí mismo. Un diálogo parece inverosímil. Una presencia se embellece con su ausencia. “Todo cuanto ocurre es un signo de algo que ocurrirá”, dijo Séneca, pero lo que ocurrirá en estas minificciones ¿es lo que se presume? Por otra parte, ¿en qué nivel será comprendido? Para complacer las incógnitas, si las hay, quizá aparezca lo invisible, lo que la envoltura esconde. Como la pulpa de un durazno y su cáscara. Como el crecimiento de una flor de loto sobre la superficie del agua.